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viernes, 31 de enero de 2014

Las premisas


Cuando lo oyó, le pareció el típico trabajo de escuela.“Escribe las premisas indispensables para regir tu vida”. Había entrado en Primero de Bachillerato.  La clase era numerosa, algunos se conocían, otros eran nuevos en el centro y en su azoramiento se notaba ese nerviosismo que otorga la novedad. No tuvo que pensar mucho. "Una vida es una vida", se dijo sin más. El bolígrafo de tinta azul se deslizaba con rapidez sobre el folio en blanco que le había entregado el profesor. Predominaba la sencillez y la claridad en cada proposición, el sentido común, acciones y sentimientos deseables para uno mismo. Se cuidó muy bien de dejar para el final la transcripción de la  más importante; en esa sí que dudó unos segundos antes de empezar a redactar en palabras una especie de sentir numinoso que impregnaba sus forma de ser.  No era entonces una premisa, era la conclusión, la única condición que daba un orden a su vida. Ladeó la cabeza, se recogió un mechón de pelo castaño detrás de la oreja, y  mientras que con una letra ondulada y pequeña marcaba con fuerza el papel,  repitió como una letanía: “Haz lo que tengas que hacer lo mejor que puedas. Muévete en las aguas turbias de la duda pero actúa limpiamente con decisión. Si no, no lo hagas, incluido soñar, sueña a lo grande, con plenitud, pero recuerda que los sueños, sueños son, no los desees. Desear sueños es meter una hoguera en las entrañas que ni las dudas podrán sofocar...”. Dejó de escribir un momento y levantó la cabeza para ver los rostros de sus compañeros,  en algunos ya pudo reconocer el típico semblante  mustio pero altivo  que talla  la comodidad de refugiarse en los deseos, rostros de aquellos que siempre están a la espera de que otro se los cumpla. Volvió a concentrarse en el papel y se dijo para sí, “...recuérdalo bien, pon ambición en lo que hagas pero jamás ambiciones tus deseos”. Y cuando entusiasmada terminó de escribirlo, sintió unas tremendas ganas de llorar.

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