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viernes, 28 de febrero de 2014

¿Por qué dije que para recordar hay que vivir?


¿Por qué dije que para recordar hay que vivir?

          
    Nuestra corteza cerebral está tan alejada de los centros de poder, recubriendo capa a capa el núcleo duro, que necesita hacerse un resumen, narrarse para ocupar un espacio vital que más tarde determine una orden, un comportamiento esencial; así es como la ficción de lo vivido, que no es otra cosa que lo recordado, logra adquirir una consistencia poderosa de la que carece la vida. Sin embargo, todo ello queda muy lejos del respirar, del hambre o el sueño. Frente a las necesidades básicas, el hombre moderno necesita contar lo vivido para convertirlo realidad esencial. Así es nuestra necesidad de abstracción, nosotros la creamos pero no hemos aprendido a sobrellevar las consecuencias. Es por eso que locamente luchamos por acceder a los entresijos del arte. Nadar en ese océano o morir como abeja sin aguijón o perro sacrificado. Yo he querido muchas veces morir: le tengo más miedo a la locura. Después me digo que es imposible en mí la locura, no llevo la marca de las palabras en mi piel sino la de la tierra. Una montaña recortando el aire frío de agujas, las rocas afiladas proyectando su sombra en la nieve, un viejo muro roído por el musgo en un prado pueden abarcar el tiempo de una vida entera aunque en mí sean la secuencia de un paisaje tratando de transcender para convertirse en íntimas conexiones. No hay nada que contar, es sólo una instantánea que penetra como un hachazo y se queda aislada de las palabras, no es necesario el relato pero es tan inmenso que no se aprecia en una fotografía. Lo intento. Adivino que no va a salir bien, que el lenguaje al lado de la tierra parece la masa de un bizcocho aún sin cuajar que huele a leche cortada. Queda la piel, me digo, pongo los pies desnudos en la fina hierba. Mis pies contra el verdor de las gramíneas, esquivo las ortigas altivas y oscuras, aprieto con fuerza la punta de los dedos, la base, el talón, el cosquilleo en el arco de la planta del pie. Los tréboles restallan en zumos y el olor de la tierra se vuelve ácido. Miro hacia el horizonte, todo es denso y no hay puntos concretos en la lejanía sólo interferencias en la luz, ya es una imagen tridimensional ingrávida dentro de mí. Holografía pura. Y  sin saber cómo ni por qué las palabras se tornan dibujos; las imágenes, significado. A pesar de mi corazón acelerado, parece como si nada hubiera ocurrido ¿cómo ha podido ser? La impresión es ya indeleble, sin bajar la mirada tanteo con los dedos de los pies y desafiando las leyes de la física comienzo a caminar muy despacio, a ver qué pasa.


viernes, 14 de febrero de 2014

Dicen que ...


          Dicen que soy sensible porque, una vez disparadas, las frases me huelen a plomo o a piedra. Tierra en pólvora húmeda porque lloro cuando lloran y en mi rostro se adivina el pozo negro de un Campo Blanco de flores silenciosas contra la tapia.


          Me dicen que soy demasiado tierna cuando ven los ojos salir de su guarida, alzar el vuelo y aletear para posarse en los pétalos más luminosos. Mariposas que ni Nabokov alcanzaría 
con la red de sus palabras y  cualquiera las atrapa con una sonrisa la mar de sencilla.


          Yo creo en los besos soñados, las fresas silvestres y en los lirios muy blancos: los dedos en ramas,  la risa muy líquida y poca la sombra. 


          Mira. Ven  y toca mi pecho, es aquí donde el tiempo mece a la vida; aunque yo me vuelva estéril y la fatalidad orgánica  proceda a transmutarme.